jueves, 3 de abril de 2008

Hijo de una de las principales familias de Antioquia, seg�n las cr�nicas m�gicas, Cipriano se dedic� desde muy joven a las pr�cticas del ocultismo.

A los veinte a�os de edad ya gozaba de una gran reputaci�n entre sus paisanos, quienes le visitaban frecuentemente tanto para formularle consultas sobre el arte encantatorio como para ilustrarse sobre cuestiones filos�ficas, en las cuales Cipriano era tambi�n muy versado.

Cierto d�a, cuando paseaba por las afueras de la ciudad, Cipriano se top� con dos j�venes que se estaban batiendo en duelo. El Gran Cipriano, como ya le llamaban, amante de la paz, se interpuso entre ambos j�venes y les interrog� sobre la causa del desaf�o. Ambos muchachos, Flavio y Lelio, enamorados de la misma joven, hab�an determinado batirse a duelo con objeto de que al morir uno de ellos, el otro quedara libre para aspirar al cari�o de la que amaban. Cipriano les propuso actuar como mediador ante la muchacha para que ella decidiera a qui�n de los dos prefer�a. Ambos amigos aceptaron la mediaci�n del m�gico, y acordaron que aquel que quedara desairado se conformar�a pac�ficamente y ceder�a el campo a su venturoso rival.

Cumpliendo su promesa, al d�a siguiente Cipriano se present� en casa de la joven Celia, y qued� tan prendado de su belleza que pronto olvid� su misi�n y se sinti� repentinamente enamorado de ella.

Haciendo un poderoso esfuerzo de voluntad, expuso al fin el motivo de su visita, y suspir� aliviado cuando Celia le asegur� que no amaba ni a Flavio ni a Lelio y que, por lo tanto, ellos no deb�an abrigar la menor esperanza. En vista, pues, de que ninguno de los dos amigos pod�a conmover el coraz�n de la bella, Cipriano se aventur� a revelarle su fulminante amor.

-Vos tampoco pod�is acariciar esperanzas, buen Cipriano. Aunque estimo vuestra preferencia, me veo en el deber de rechazaros. Mi vida est� consagrada a la nueva fe.

-�Os hab�is hecho cristiana?

-S�.

A la saz�n, el cristianismo se estaba propagando entre los gentiles y Celia era uno de los nuevos adeptos. Cipriano se fue desalentado, herido en su amor propio y decidido a doblegar la voluntad de la muchacha. Al llegar a su casa se puso a confeccionar de inmediato un filtro amoroso.

Cogi� una de las v�boras del cesto, le cort� la cabeza y la puso al fuego sobre una piedra caliente. Despu�s de desecada, la redujo a polvo en el mortero le agreg� el hip�manes de un potro joven, unas onzas de l�udano y un escr�pulo de semillas de c��amo. Disolvi� la mezcla en un julepe de vino y puso a macerar en �l un pedazo de su camisa de dormir, usada durante m�s de dos noches.

Transcurridos unos d�as, quit� el pedazo de lienzo y a�adi� unas gotas de tintura de cant�ridas. Tras haberse frotado las manos concienzudamente con la mixtura, march� de nuevo a visitar a Celia, con la excusa de reiterar la misi�n que Flavio y Lelio le encomendaran. Como el m�gico esperaba, el filtro no tard� en producir sus efectos, y la esquiva Celia cay� rendida de amor en sus brazos.

Cuando la joven pudo darse cuenta de lo ocurrido, comenz� a llorar amargamente, y reproch� a Cipriano que hubiese usado de sus malas artes para seducirla. Al ver la desolaci�n de la muchacha, y arrepentido de haber utilizado aquellas armas, Cipriano le pidi� perd�n y le jur� que jam�s volver�a a molestarla.

De vuelta a su casa, abatido, Cipriano se puso a reflexionar amargamente. Contrito, se dispon�a a destruir todos sus instrumentos m�gicos, cuando oy� que llamaban a la puerta. En el umbral, un forastero se apoyaba con aire de cansancio. El desconocido le pidi� asilo por aquella noche, y Cipriano le hizo entrar en su casa y le invit� a compartir su yantar.

-Os veo triste -le dijo al cabo de un rato el forastero- y aunque soy un extra�o, si confi�is en m� podr�a remediar vuestras penas...

-Os doy las gracias, pero eso no es posible. Mis penas ya no tienen remedio -respondi� Cipriano.

-Yo os aseguro lo contrario y si quer�is comprobar mi buena voluntad, os prometo hacer maravillas, de tal naturaleza, que os convencer�n de que poseo un poder desconocido para vos.

-En ese caso, haced que se presente aqu� y al momento la persona a quien amo; y que me demuestre su cari�o de modo vehemente -le dijo Cipriano con una sonrisa, aceptando el desaf�o.

Pero apenas hab�a terminado de formular su petici�n cuando Celia apareci� ante �l, vestida s�lo con un velo y tendi�ndole los brazos.

-Aqu� estoy, Cipriano amado. Mi cuerpo y mi alma te pertenecen.

Cipriano tambi�n tendi� sus brazos, pero �stos s�lo pudieron abrazar el vac�o. La visi�n se hab�a disipado al instante.

-�Qu� magia, qu� hechizo es este que me hace perder la raz�n? �Qui�n sois vos, forastero? -grit� Cipriano, arrebatado, interpelando a su hu�sped.

-Seria mejor que me preguntarais qu� clase de ciencia es la que ejecuta tales prodigios...

Al advertir el repentino fulgor de los ojos del desconocido, Cipriano comprendi� que se hallaba ante el mismo Satan�s.

-T� puedes lograr los mismos prodigios -sigui� el forastero-, pero para ello es preciso que adquieras los conocimientos necesarios. Te entregar� un libro que resume toda la ciencia de la naturaleza.

El estudio de esta ciencia s�lo se adquiere con dedicaci�n y perseverancia. Pero te exijo dos condiciones: la primera, que debes entregarte a m� en cuerpo y alma; la segunda, que durante el plazo de un a�o no has de distraerte del estudio y las pr�cticas que yo te har� conocer...

Cipriano, dominado por completo por el deseo de saber, subyugado tambi�n por el ascendiente que sobre �l ejerc�a el misterioso personaje, acept� obedecerle ciegamente con tal de que le pusiera en posesi�n de tan poderosa ciencia, al tiempo que, en su interior, barruntaba ya la forma de burlar el pago que el diablo le exig�a a cambio.

Durante un a�o, a partir de aquella fecha, nadie volvi� a ver ni a saber nada de Cipriano. Transcurrido este tiempo, Cipriano regres� a Antioquia y sorprendi� a todos con sus maravillosos prodigios.

Seg�n la tradici�n, el diablo puso en manos de Cipriano un libro escrito en hebreo, El gran Grimor�a, que algunos atribuyen tambi�n al papa Honodo, y el cual encerraba entre sus p�ginas los secretos cabal�sticos del drag�n rojo y la cabra �nternal, o cabra del arte, as� como tambi�n el maravilloso secreto de los n�meros, o sea el conocimiento de la c�bala. Antes de recibir la palma del martirio, en el libro que se le atribuye, Cipriano dice: �El n�mero no es otra cosa que la repetici�n de la unidad. La unidad penetra f�cilmente en los n�meros y es la, medida com�n de todos ellos, as� como es su manantial y su origen... La unidad es el alma vegetal y mineral que se encuentra en todas partes, que nadie conoce y que ninguno llama por su nombre, pero que est� oculta bajo n�meros, figuras y enigmas, y sin la cual ni la alquimia ni la magia natural podr�an tener �xito...�

Influido ya en esta �poca por las doctrinas cristianas, Cipriano a�ade: �As� como el uno es la armon�a, el dos es el antagonismo, la uni�n moment�nea de dos fuerzas en equilibrio, el principio del movimiento. Simboliza la acci�n de la vida, mientras que el tres es la existencia, el p�ndulo, el cual, asociado al dogma cristiano, representa a Dios, vita, verbum, lux...�

Adem�s de su profundo conocimiento de la c�bala se atribuyen a Cipriano poderes extraordinarios. La gente le consultaba respecto a objetos perdidos y �l los encontraba mirando fijamente en un vaso de agua. Algunos exegetas a�aden que Cipriano ve�a sobre la superficie del agua paisajes lejanos, rostros, el interior de los hogares y personas ya desaparecidas. Tambi�n se le atribuyen dotes de magnetismo y fascinaci�n, hasta el punto de producir catalepsia en los individuos que hipnotizaba.

Toda esta informaci�n, por supuesto, debe ser tomada con la mayor circunspecci�n, pues procede de viejos textos que realzan, por un lado, la influencia decisiva de San Cipriano en el auge de la iglesia de Antioquia, mientras que por otro lado acusan los rasgos esot�ricos del mago, bajo cuya aureola, posteriormente a su martirio, comenzaron a aglutinarse ramas heterodoxas cristianas y tambi�n sociedades secretas que en su evoluci�n hist�rica se bifurcaron tambi�n en diversas ramas, una de las cuales dio origen a las Siete Iglesias del Apocalipsis, suerte de masoner�a incipiente que bajo la autoridad de un consejo supremo o Sinedri�n -comit� de siete adeptos- ten�a potestad para elegir al hermano Abraham o grado m�ximo de la secta.

F�cilmente asociable a la v�a sem�tica a que antes aludimos, Cipriano define al hombre como semejante a Dios, puesto que su ser encierra tres personas: el pensamiento, el cuerpo astral o sideral y el cuerpo terrestre, es decir, las tres unidades o mundos de la c�bala.

La hagiograf�a de Cipriano dice que cuando le nevaban al circo para arrojarle a las fieras, se encontr� con Celia y Justina, condenadas tambi�n a recibir la palma del martirio. Sin embargo, en los comentarios de Suforino a la obra de San Cipriano, dice que sus disc�pulos le llamaban Sadik, que es el titulo de veneraci�n que los esenios y gn�sticos daban a sus maestros.

Este mismo saludo, efectuado mientras se juntaban piadosamente las manos, es el que se hacia a Baal Schem Tab, cuyo nombre profano era Israel Ben Eliezer, fundador en el siglo XVIII de la secta m�stica de los haxidianos, destinada a proseguir los misteriosos estudios de la c�bala. En los textos de los primeros Sadiks, la figura de Cipriano reviste un car�cter m�s esot�rico en relaci�n con el expuesto por los comentaristas cristianos. Sustancialmente, la versi�n de su vida es la misma, a excepci�n de la figura de Celia, quien, en lugar de ser la piadosa joven de los hagi�grafos cristianos, es la encarnaci�n de Lilith, la primera mujer de Ad�n y la representaci�n del diablo hembra, de acuerdo con las tradiciones jud�as.

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